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Genealogía de guerreros

Como consta en algunos documentos, el primer maestro fue mi padre. A él le debo esa visión «abierta» de las artes marciales, no reducida a un estilo o a unas técnicas determinadas; y su puesta en práctica como vocación de servicio y mejora personal: lo enseñaba con su ejemplo. Y de palabra solía decir que la primera regla de las artes marciales es evitar la pelea, inclusive huir de ella si se diera el caso. Sin embargo, a la hora de defender los valores fundamentales es necesario pelear, nos decía: se trata del último recurso. Esto lo vivió en varias ocasiones. De la parte técnica, se puede destacar que la “yoko gueri” se la debo a él.

El segundo maestro fue Enrique Pérez Intriago: en sus manos dejó mi padre a sus cinco hijos. Con él aprendimos a amar la nobleza del Kárate y a compartir prácticas con personas de todas las edades y formas de pensar. Sus técnicas, siempre llenas de espíritu marcial, han dejado impronta en dos épocas de la vida: la infancia y la adolescencia. Además, Enrique nos permitió aprender de otros maestros que giraban en torno al Club Shotokan de los años ochenta y los noventa del siglo pasado: en orden cronológico (y no de rango o cargo) menciono a Seinosuke Sasaki, Krist Mosquera, Takemasa Okuyama, Wladislav Quirola -a quien le debo muchas horas de prácticas marciales en distintas épocas de la vida- Rafael Janowitzer, Luis Chanchay, Giles Blain, Roque Morán, Rubén Flores -que será mencionado nuevamente-, Carlos y Delmer Saa, Juan Carlos Dousdebés, Gustavo Ayala y Marcelo Chanchay: estos tres últimos eran compañeros aventajados que en sus ratos libres nos dedicaban tiempo a los más jóvenes. Menciono también a otros colegas de “dojo” de los que aprendí mucho y guardo recuerdos llenos de respeto y agradecimiento: Daniel Valdivieso, Yarif Weissman y Julio Peña. Esta etapa marcial se cerró con broche de oro: Hirokazu Kanazawa Sensei pasó por la «Academia Shotokan», brindándonos parte de su sabiduría con unos valiosos cursos de respiración -me parece que la altura de Quito le impidió mayores trabajos- y varios autógrafos que atesoramos desde esa inolvidable ocasión.

Hay unos años intermedios de Tae Kwon Do, con varios maestros y amigos: recuerdo a Ramiro Coba, Ruperto Bonilla, Humberto Cevallos (uno de ellos fallecido ya) y los hermanos Orellana Ramírez. Por mencionar algún recuerdo puntual, prendí de ellos la llamada “patada de mula” o «tuit chagui», la única técnica que he debido usar en la vida real, con gran eficiencia por cierto. En temporadas cortas, de paso por la ciudad de mi madre, Guayaquil, un amigo de mi tío llamado Carlos Dañín, experto en Kung Fu, nos enseñaba estupendas técnicas de pelea.

En Italia pude entrenar Tae Kwon Do con Chi Yong Hong (regresó a su natal Corea); y Kárate con Sebastián Urriticoechea: compañeros y maestros. En España estuve con el maestro Bonafau y también con Julio Hernáez, quien pocos meses antes de nuestros “kúmites” había quedado segundo del mundo en el Mundial Juvenil de Kárate, precisamente en pelea: sus “mawhasis” llegaban sin ser vistas. Se me olvida el nombre de un profesor de la Universidad de Navarra.

De regreso a Ecuador compartí con dos buenos amigos: Patricio Rodríguez y Santiago Caicedo, ambos excelentes marcialistas y personas, abiertos a compartir sus conocimientos. Menciono también a Franklin León, compañero de trabajo y de pasión por las artes marciales. Regresé al Kárate a través de mi maestro y amigo Rubén Flores, Director e Instructor Jefe de la Japan Karate Association. Se abrió un mundo marcial maravilloso, con las clases de Rubén, Sensei Minos Salinas y los maestros que nos han visitado frecuentemente: Yoshinobu Ohta, Imura Takenori y algunos profesores venezolanos. Compañeros-maestros: menciono a Enoc Duque y Diego Santoliva. Pero la lista podría prolongarse. Alejandro Arosemena, alumno en muchos aspectos, también ha sido maestro de espíritu marcial y técnicas valiosas de antiguas tradiciones japonesas y coreanas. A todos, a cada uno, un ¡Gracias! Inmenso, de corazón. Y por ahora, a seguir el camino: enseñando y aprendiendo…

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